martes, 13 de octubre de 2020

LOS DESTILADOS


Hay destilados torpes, y precisos

Los primeros son fruto del novatismo, o de la desidia, o del azar o, ¡qué triste!, de un don negado. Los segundos son fruto de la experiencia, o de la dedicación, o del azar, o de un don innato y con suerte descubierto. Los medianamente torpes o precisos, o imprecisos, para ser exacto, no nos interesan; esos concluyen rápidamente su pasantía en el arado orgánico de nuestra memoria, agotan inútilmente nuestro tiempo, nos hacen caer en el cómodo sofá de la banalidad, morimos junto a ellos vacíos, colmados pero insatisfechos; en cambio los torpes, por lo menos, esos, nos enseñan la torpeza.

¿Es que acaso la poesía es la destilación de la lengua?, ¿Es que acaso la música es la destilación del caos sonoro?; ¿es que acaso las artes visuales son la destilación de la luz?; ¿es que acaso la danza es la destilación del movimiento?; ¿es que acaso el teatro es la destilación de la naturaleza humana?; ¿es que acaso el agua es la destilación natural de nuestro espíritu?

Una verdad es sin embargo innegable: la destilación es esa reducción a lo esencial de la materia, y es con esa reducción como las cosas se vuelven transparentes, y es en esa transparencia donde radica la amplificación de nuestro entendimiento, y es en ese entendimiento donde nosotros mismos nos transparentamos.


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