lunes, 20 de noviembre de 2017

Levitar a voluntad en los sueños

Nunca me propuse descubrir el mecanismo para levitar en el sueño, pero lo hice, o al menos la forma en que a mí me funciona. Sucedió de manera fortuita y progresiva en el transcurso de muchos años.
            Los primeros sueños de levitación me vienen de la infancia. En la mayoría de ellos me asaltaba ese vértigo natural que uno siente al aterrizar en un avión o ejecutar una bajada brusca, ya sea en carretera, en un juego mecánico, o cuando debido a la talla infantil, los adultos te arrojan ligeramente al aire en actitud de juego. Una vez que el cerebro reconoce esa sensación de caída, se reproduce en el mundo del sueño y se magnifica —eso ya lo he anotado en un poemario— de tal modo que el derrumbe del organismo en el aire onírico adquiere un efecto de realidad que el cerebro no es capaz de diferenciar del mundo despierto. Luego nos viene el sobresalto.
            Con el tiempo, los sueños de levitación han sido esporádicos, pero eficaces, muchos de ellos los he hecho en el contexto lúcido, es decir, mientras volaba he cobrado conciencia, también fortuitamente,  de que estaba soñando, y también era consciente de la presencia de una especie de actividad mental particular que, en cada sueño de esta naturaleza, era la misma. Es decir, el “mecanismo” para volar nunca fue aleatorio, todo el tiempo ha sido y es el mismo independientemente de la época y del sueño. Pero ¿cuál es ese mecanismo?, ¿es que acaso puede uno reproducirlo a voluntad para inducir el vuelo en el sueño de manera consciente?
            Bajo estas interrogantes, he aprovechado este tipo de sueños para examinar, más que el vuelo, ese mecanismo, pues aunque la sensación mental es clara y evidente, su descripción y reproducción no tanto; de abordo es necesario una especie de “fe en dejarse caer”, pero eso no explica nada, en el mundo despierto uno se deja caer y probablemente se rompe un hueso, en el mundo del sueño uno experimenta la misma resistencia a dejarse caer por miedo a lo mismo, aunque el riesgo de lastimarse se reduce a cero.
            Descubrí que era necesario que el cuerpo físico, el del durmiente ahí en su cama, fuera también agente activo en el proceso. El cuerpo debe lograr la máxima relajación, dejar de percibir su propio peso y, por ridículo que suene, desviar los ojos hacia atrás. Sí, forzar al nervio ocular a perderse en si mismo. El lector que ponga los ojos en esa posición descubrirá que hay una pequeña sensación de tirón y al mismo tiempo una especie de “predisposición al trance”. Hágalo ahora y perciba la sensación en la cabeza… ¡Eureka! Esa misma sensación es la que hay que inducir en el sueño
            Una vez que tuve conciencia de eso, logré muchas veces hacer saltos que se pronunciaran más allá del salto ordinario. Así vi que podía elevarme unos 10 metros con sólo impulsarme e inmediatamente soltar y desviar los ojos para entrar en un estado de sueño durante el sueño. Lo primero que se experimenta es una ligera sensación de caída, pero no hay que inmutarse, la sensación de caída es en realidad la primera condición de la levitación.
            Ahora, debo recalcar, por si no quedo claro, que los ojos que uno desvía no son los de nuestro cuerpo onírico, pues al desviarlos nuestro cerebro bloquearía la posibilidad de ver los paisajes por los que transitamos en estado de levitación, y eso no es precisamente lo que queremos, lo que buscamos es mantener nuestros ojos oníricos abiertos para desplazarnos de un punto a otro con la misma parsimonia del peatón de la vida despierta. Los ojos que desviamos son los reales, los ojos que duermen. Es como si una vez dormidos, exigiéramos al organismo dormir de nuevo, a forzar un doble sueño, a descender una capa más abajo del sueño profundo, de modo que estando en una capa onírica ordinaria, nuestra consciencia, sin abandonar esa capa, se trasladara a una más profunda produciendo así la levitación onírica.

            La última vez logré elevarme a voluntad sin necesidad del impulso con las piernas, me agarré a una especie de tubo horizontal, y finalmente activé el mecanismo, mis pies se elevaron inmediatamente y me mantuve de cabeza con las manos agarradas al tubo. Lo intenté varias veces con fines probatorios y siempre el resultado fue exitoso. Habrá que recalcar que es indispensable también la voluntad de ir hacia abajo para poder elevarse; en ese mecanismo de elevación interviene el acto de soltar, de hiperrelajar al organismo para dejarlo sumergirse en lo más profundo del sueño, y en la fuerza de esa profundidad, volar.

1 comentario:

El último blogger pandémico dijo...

Decía Joan Miró: "Nunca sueño cuando duermo sino cuando estoy despierto". Hace falta más soñar despiertos.