De sus mazmorras culturales
emergieron los caciques, traían las venas hinchadas de soberbia y los muslos humediondos.
Algunos llevaban un cartel en la cabeza, el del tráfico de la cultura para
obtener sendos billetes, para lograr sendo prestigio, para ostentar sendas brujeres... A veces se hacen acompañar de un extranjero
disfrazado, tan mal actor y hasta tan güero, que es incapaz de ocultar su
acento, su soberbia: "Escribí millones de libros de poesía, y todos los
destruí", decía uno de ellos. Mientras una parvada de tristes vergas
jóvenes y modestas vaginas adheridas, una parvada cómplice de estigmas
oaxaqueños, era su ejército de pulgas queriendo ya ser perros. Nunca entendí
esta sumisión de algunos escritores, este servilismo editorial capaz de
anteponer la corrupción al talento y a la dignidad.
Comencé entonces por escribir
una serie de críticas sobre ese sistema cultural, no para chingarlo, no para
joderlo, no para avergonzar a sus actores, sí para estudiarlo, desmenuzar sus
partes y, como buen antropólogo, entenderlo sin involucrarme emocionalmente. Escribí
el año pasado sobre la feria:
"Es histórica la percepción colectiva de la
inferioridad de lo propio, las altas esferas intelectuales de Oaxaca
parecen atisbarse en un neocolonialismo antropológico que
persigue llevar la alta cultura a
aquellos que no la tienen, tal cultura necesariamente ha de venir de fuera. Lo
cierto es que en el diálogo entre lo local y foráneo es donde se puede gestar
una aproximación sustancial y disminuir el juicio de un público oaxaqueño que
cree que lo ajeno es mejor. Aquí
radica un problema que parece legitimado por las instituciones: la probable
percepción de los públicos respecto a los creadores locales. "La
estructura del campo intelectual mantiene una relación de interdependencia con
una de las estructuras fundamentales del campo cultural, la de las obras
culturales, jerarquizadas según su grado de legitimidad"[2],
y la legitimidad sólo las instituciones pueden proporcionarla; ya sea el
Estado, o aquellas que ante un Estado acomodaticio sustituyen parte de lo que
deberían ser sus funciones. Entonces, los creadores locales, en este sentido,
pierden legitimidad; su exclusión en programas de este tipo, que por su
carácter internacional podrían ser importantes plataformas
de proyección, es un síntoma más de la monopolización del arte auspiciada por
el aparato estatal".
Esta vez, vi mi nombre en el programa de una Feria del Libro a la que jamás fui invitado; ni una llamada, ni un mail, ni un mensaje de texto, ni una carta anónima. Pero sí mi nombre, con sus 10 letras, en una de las mesas ¿De qué se trata?, ¿no es esto acaso el juego de las relaciones de poder?, ¿no es un espectáculo que brilla por la fractura de sus egos?
Esta vez, vi mi nombre en el programa de una Feria del Libro a la que jamás fui invitado; ni una llamada, ni un mail, ni un mensaje de texto, ni una carta anónima. Pero sí mi nombre, con sus 10 letras, en una de las mesas ¿De qué se trata?, ¿no es esto acaso el juego de las relaciones de poder?, ¿no es un espectáculo que brilla por la fractura de sus egos?
En el fondo, y como buen poscorrientista,
todo esto es divertidísimo. Primero, porque este año abrían un espacio para
escritores locales; segundo, porque es evidente que se trata de un ciclo de
mesas para, como dicen en mi pueblo, "taparle el ojo al macho". Pues
no se me avisó de mi participación, ni
como detalle de cortesía. Si yo me hubiera llamado José Eugenio Sánchez,
probablemente me habrían dado boletos para el festín inaugural de la feria y
quizá, me hubieran publicado algunos libros por lo menos para embodegarlos en
la UABJO como parte de un nutrido negocio conocido hoy con el nombre de
convenio.
Llegado a este punto, será
indispensable ejercer algunas de mis facultades más pueriles y hablar sobre un
fenómeno que me ha dado cosquillas desde que pienso en el ámbito editorial
local.
El inodoro es cultura
hegemónica y el capitalismo diseña productos para sofisticar la forma en que
nos deshacemos de los excrementos. Producimos mierda mientras caminamos, mientras
cursileamos en romances efímeros, mientras exponemos los detalles de una idea
frente a un auditorio que se conforma de
otras máquinas autónomas de mierda. Pero ¿Producir mierda es un acto
enteramente autónomo? No. Producir mierda cuesta el consumo neoliberal de la
química al servicio de la industria alimentaria.
El tomate es la sombra, la
ruina arqueológica de la naturaleza en el museomercado. BIENVENIDOS AL MUSEOMERCADO.
La sombra de las fresas yace podrida en la etiqueta de los precios, y las
naranjas han perdido el jugo para favorecer la belleza de la cascara. Capitalismo
puro retratado en la superficie de las frutas, capitalismo puro traficar con la
belleza de todo lo vacío.
Lo mismo es Oaxaca y sus
promotores literarios. Lo mismo en literatura; no venden los mejores escritores, sino los que
están chupándole los huevos re-vueltos a los caciques del arte, y entonces les
publican una ostentosa portada en un sistema donde los comerciantes, paradoja,
se han convertido en la autoridad editorial. El malditismo, por ejemplo, se convirtió
en una bandera comercial, ya no hay en él nada auténtico, sólo un teatro que el
capitalismo voraz devora mediante sus tentáculos, el malditismo es una carta de
presentación frente a los burócratas, frente a los traficantes de la cultura. El
malditismo desapareció, fue asimilado por las editoriales de prestigio en una
sociedad capitalista, por las editoriales en búsqueda de elevar sus ventas. El
malditismo es la nueva gran estafa. Ahí está Guillermo Fadanelli vendiéndose,
prostituyéndose como material que debe sostener su imagen frente a la prensa, declarando que ha leído a
todos los jóvenes escritores mexicanos y que no ha encontrado nada. ¿No es esto
acaso un show de marketing editorial?, ¿una parodia de las relaciones de poder
y los medios?
Sin rencores y sí con una
sonrisa delante de la geta, puesto que hablar así es divertidísimo en tiempos
posc, Yo por mi parte, me río, que es decir, me escurro.
2 comentarios:
A toda madre Tanat. Qué ocurrió tras leerlo??
Nada realmente
Vinieron a decirme que sí me habían mandado la invitación por correo electrónico
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