jueves, 22 de noviembre de 2012

Las mazmorras de la 31 Feria de libro en Oaxaca. Texto leído durante la feria




De sus mazmorras culturales emergieron los caciques, traían las venas hinchadas de soberbia y los muslos humediondos. Algunos llevaban un cartel en la cabeza, el del tráfico de la cultura para obtener sendos billetes, para lograr sendo prestigio, para ostentar sendas brujeres...    A veces se hacen acompañar de un extranjero disfrazado, tan mal actor y hasta tan güero, que es incapaz de ocultar su acento, su soberbia: "Escribí millones de libros de poesía, y todos los destruí", decía uno de ellos. Mientras una parvada de tristes vergas jóvenes y modestas vaginas adheridas, una parvada cómplice de estigmas oaxaqueños, era su ejército de pulgas queriendo ya ser perros. Nunca entendí esta sumisión de algunos escritores, este servilismo editorial capaz de anteponer la corrupción al talento y a la dignidad.

Comencé entonces por escribir una serie de críticas sobre ese sistema cultural, no para chingarlo, no para joderlo, no para avergonzar a sus actores, sí para estudiarlo, desmenuzar sus partes y, como buen antropólogo, entenderlo sin involucrarme emocionalmente. Escribí el año pasado sobre la feria:

"Es histórica la percepción colectiva de la inferioridad de lo propio, las altas esferas intelectuales de Oaxaca parecen atisbarse en un neocolonialismo antropológico que persigue llevar la alta cultura a aquellos que no la tienen, tal cultura necesariamente ha de venir de fuera. Lo cierto es que en el diálogo entre lo local y foráneo es donde se puede gestar una aproximación sustancial y disminuir el juicio de un público oaxaqueño que cree que lo ajeno es mejor. Aquí radica un problema que parece legitimado por las instituciones: la probable percepción de los públicos respecto a los creadores locales. "La estructura del campo intelectual mantiene una relación de interdependencia con una de las estructuras fundamentales del campo cultural, la de las obras culturales, jerarquizadas según su grado de legitimidad"[2], y la legitimidad sólo las instituciones pueden proporcionarla; ya sea el Estado, o aquellas que ante un Estado acomodaticio sustituyen parte de lo que deberían ser sus funciones. Entonces, los creadores locales, en este sentido, pierden legitimidad; su exclusión en programas de este tipo, que por su carácter internacional podrían ser importantes plataformas de proyección, es un síntoma más de la monopolización del arte auspiciada por el aparato estatal".

Esta vez, vi mi nombre en el programa de una Feria del Libro a la que jamás fui invitado; ni una llamada, ni un mail, ni un mensaje de texto, ni una carta anónima. Pero sí mi nombre, con sus 10 letras, en una de las mesas ¿De qué se trata?, ¿no es esto acaso el juego de las relaciones de poder?, ¿no es un espectáculo que brilla por la fractura de sus egos?

En el fondo, y como buen poscorrientista, todo esto es divertidísimo. Primero, porque este año abrían un espacio para escritores locales; segundo, porque es evidente que se trata de un ciclo de mesas para, como dicen en mi pueblo, "taparle el ojo al macho". Pues no se me  avisó de mi participación, ni como detalle de cortesía. Si yo me hubiera llamado José Eugenio Sánchez, probablemente me habrían dado boletos para el festín inaugural de la feria y quizá, me hubieran publicado algunos libros por lo menos para embodegarlos en la UABJO como parte de un nutrido negocio conocido hoy con el nombre de convenio.

Llegado a este punto, será indispensable ejercer algunas de mis facultades más pueriles y hablar sobre un fenómeno que me ha dado cosquillas desde que pienso en el ámbito editorial local.

El inodoro es cultura hegemónica y el capitalismo diseña productos para sofisticar la forma en que nos deshacemos de los excrementos. Producimos mierda mientras caminamos, mientras cursileamos en romances efímeros, mientras exponemos los detalles de una idea frente  a un auditorio que se conforma de otras máquinas autónomas de mierda. Pero ¿Producir mierda es un acto enteramente autónomo? No. Producir mierda cuesta el consumo neoliberal de la química al servicio de la industria alimentaria.

El tomate es la sombra, la ruina arqueológica de la naturaleza en el museomercado. BIENVENIDOS AL MUSEOMERCADO. La sombra de las fresas yace podrida en la etiqueta de los precios, y las naranjas han perdido el jugo para favorecer la belleza de la cascara. Capitalismo puro retratado en la superficie de las frutas, capitalismo puro traficar con la belleza de todo lo vacío.

Lo mismo es Oaxaca y sus promotores literarios. Lo mismo en literatura;  no venden los mejores escritores, sino los que están chupándole los huevos re-vueltos a los caciques del arte, y entonces les publican una ostentosa portada en un sistema donde los comerciantes, paradoja, se han convertido en la autoridad editorial. El malditismo, por ejemplo, se convirtió en una bandera comercial, ya no hay en él nada auténtico, sólo un teatro que el capitalismo voraz devora mediante sus tentáculos, el malditismo es una carta de presentación frente a los burócratas, frente a los traficantes de la cultura. El malditismo desapareció, fue asimilado por las editoriales de prestigio en una sociedad capitalista, por las editoriales en búsqueda de elevar sus ventas. El malditismo es la nueva gran estafa. Ahí está Guillermo Fadanelli vendiéndose, prostituyéndose como material que debe sostener su imagen  frente a la prensa, declarando que ha leído a todos los jóvenes escritores mexicanos y que no ha encontrado nada. ¿No es esto acaso un show de marketing editorial?, ¿una parodia de las relaciones de poder y los medios?

Sin rencores y sí con una sonrisa delante de la geta, puesto que hablar así es divertidísimo en tiempos posc, Yo por mi parte, me río, que es decir, me escurro.



2 comentarios:

Karloz Atl dijo...

A toda madre Tanat. Qué ocurrió tras leerlo??

O.T. dijo...

Nada realmente
Vinieron a decirme que sí me habían mandado la invitación por correo electrónico