sábado, 2 de enero de 2016

Oaxaca y la paradoja del cambio




Me encontraba habitando el centro oaxaqueño —digo que me encontraba porque fácil es perderme—, bebía un café y miraba a los intelectuales y pudientes, tenía calor y comía lo que la gente de alta alcurnia llama brownie, y que en mi infancia en el mercado se llamaba, así sin más: panquecito. Pensaba en la desigualdad viendo a mujeres y hombres entrar a comprar tlayudas de 300 pesos a un restaurante de lujo, mientras afuera un par de mendigos, justo en la entrada de ese mismo restaurante, pedían algunas monedas para mitigar su hambre. Soñaba despierto con las mieles de todos mis fracasos. A la hora de pagar el café, con un billete de alta denominación numérica —y omito la cantidad para mitigar la envidia del lector en plena crisis—, el encargado de la caja, molesto, irritado acaso, bilioso, dijo al aire y sin mirarme: "no tengo cambio". Le dije que yo tampoco y, aunque era su obligación conseguir monedas, tomando en cuenta que mi sistema digestivo ya procesaba el café y el panqué, me vi vencido por una profunda humildad que me incitó a salir  para conseguir un billete más chico.

Deambulé por grandes negocios y comercios pequeños, intenté con los vendedores ambulantes y en las oficinas de gobierno. Probé comprar un esquite, un elote, un agua, pero sólo recibí negativas ante un finísimo billete de 500 pesos (Perdón, no pude evitar decirlo).  Regresé al café, porque había dejado en prebenda un objeto entrañable que no estoy en condiciones de nombrar, y encargue al cajero la travesía que, de mala gana, tendría que aceptar. Lo imaginé a paso rápido, el rostro descompuesto, las negativas acumulándose en sus oídos, yo sonriendo. Pero, válgame dios, abrió la caja registradora y, oh revelación, lucía repleta de monedas y billetes chicos. Consternado salí del café y recordé la pregunta de una amiga alemana: ¿Quién tiene el cambio en Oaxaca? No supe si era una pregunta política, un chascarrillo occidental, o lo que realmente era, una alusión a la aparente ausencia de monedas y billetes chicos en todo negocio de esta ciudad.  Me dije entonces "Es hora de escribir un textillo”.

¿Por qué la gente niega el cambio a pesar de tenerlo? Los viejos tratados de filosofía popular sugieren que se trata de un fenómeno insertado en la psicología de los oaxaqueños. El fenómeno, observado medularmente —para sonar erudito—, tiene como base un individualismo propio de las capitales —recuerde el lector que la palabra capital se relaciona con el dinero. Se gesta en la psicología infantil: cuando un niño, mándado por sus padres irremediablemente, pide cambio en un lugar cualquiera de la urbe, la negativa será constante. Crecerá en él un profundo resentimiento y, aún peor, buscará la oportunidad de ejercer una venganza reprimida. Así, algún día alguien vendrá a él, con la urgencia de obtener la división de algún billete, y sabiendose los bolsillos llenos de monedas y billetes chicos, proferira un NO TENGO. Su espíritu se llenará de regocijo, obtendrá un placer pasajero que mitigará las negaciones del pasado. Luego entonces, sobrevendrá en él un miedo extraordinario, el miedo a quedarse sin cambio, el miedo a perder aquello que le permita ejercer, una y otra vez, su dulce venganza. Este miedo afecta la psicología del oaxaqueño, la sume en un abismo que altera su convivencia, es una fobia invisible de consecuencias desmedidas,  que llega a afectar incluso el curso del destino.

Recuerdo el día en que a Fermín, entrañable amigo de la adolescencia, le fue negada la compra de un par de baterías que necesitaba con urgencia para un trabajo escolar. El vendedor alegó la falta de cambio, pese a que no parecía irle muy bien en sus ventas, pero tampoco mostraba interés por cambiar el billete que Fermín, con su mano suave y delicada, su mirada conmovedora y su inocencia inmaculada —nótese que intento preparar al lector para lo fatal— le ofrecía. Fermín salió disparado en esa búsqueda infructuosa que narré al principio de este texto. El resultado fue catastrófico, Fermín, el mejor estudiante de bachillerato que jamás haya conocido, nunca volvió, falleció atropellado después de agonizar seis días, repito, seis días en el hospital.

Desde ese momento supe que el cambio, el mentado cambio, era una figura oscura de la convivencia. ¿Habría muerto en lugar de Fermín el vendedor si se hubiera internado en esa carrera?, ¿cuantos han caído muertos bajo el yugo del cambio?,  ¿cuántos  han llegado tarde a compromisos importantes que modificarían el curso de sus vidas? La lista en mi archivo de minucias es larga, pero no está el lector ahora para adentrarse en esos archivos personales. Y es que traer un billete de 500 pesos es no traer nada, es no poder comprar ni la más básica torta en el mercado.


¿Cómo opera este monstruo?, ¿tiene vida propia? Los individuos piensan "si me quedo sin cambio, ¿con qué voy a no cambiar?". Acumulan cambio, pero, por el miedo ¡no cambian!  La conclusión semántica me asusta. Oaxaca no cambia, se resiste al cambio pese a las luchas sociales, está invadida por el monstruo del egoísmo. Esto ha llevado a Europa a colocar máquinas de cambio en lugares públicos, para evitar al monstruo, a esa quimera monetaria que destruye. Ay de mí y de lo que observo, ay de este paisaje lleno de desdenes, ay del Oaxacambio. 

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